En ocasiones, la creación audiovisual es una ocasión perfecta para transportarnos, aunque sea de forma virtual, a lugares que quizá no tengamos la ocasión de visitar en nuestra vida. A lo largo de los años, la televisión, el cine y los videojuegos nos han permitido conocer mejor otras partes del mundo que habitamos, y en el caso de estos últimos, incluso sumergirnos en ellas. No sólo de mundos imaginarios viven algunos de los mejores videojuegos jamás hechos. Y no sólo hablamos de lugares y obras icónicas como la Florencia del Renacimiento o el Salvaje Oeste, sino también de destinos más exóticos como Nueva Caledonia, el lugar al que nos transporta Tchia, el título protagonista de nuestro análisis de hoy.
Nueva Caledonia, por si no lo sabes, es un archipiélago perteneciente a Francia que se sitúa en Oceanía, al este de Australia y al norte de Nueva Zelanda. Allí nació el pequeño estudio independiente Awaceb, con el objetivo de ofrecer al mundo un videojuego que nos transportara a aquellas exóticas islas, llenas de cultura, historia y mitología. Desde literalmente la otra punta del mundo nos llega una propuesta que saca brillo a todo eso, y que además nos ofrece un toque mágico y de aventura que es digno de que hablemos de él. No en vano, recibió el premio Juegos con Impacto en los pasados The Game Awards, y que ha llegado a Nintendo Switch hace muy poco. ¿Nos acompañas en este viaje a ultramar?
Primero conozcamos el lugar al que vamos
Una de las primeras cosas que hace el título al introducirnos en él es ponernos en contexto geográfico y cultural, una de las primeras señales de que este título es una carta de amor al lugar de origen de sus creadores. Habitado por diversos grupos y etnias, en el título predominan dos de las lenguas que se hablan allí: el francés, idioma oficial del país al que pertenecen las islas, y el drehu, lengua de algunas de las etnias que allí habitan. Aunque en el juego no visitamos la Nueva Caledonia real, las islas que ambientan la aventura están fuertemente inspiradas en las islas reales, con similitudes geográficas más que razonables.
Tras esta introducción, nos ponemos en la piel de Tchia, una niña de doce años que vive en una pequeña isla junto a Joxu, su padre, y que ocasionalmente recibe visitas de Tre, un amigo de fuera. Es el duodécimo cumpleaños de la muchacha, y lo que promete ser un día feliz en buena compañía se acaba convirtiendo en una pesadilla: un misterioso hombre llamado Pwi Dua aparece en la isla y secuestra al padre de la niña, quedando ésta a salvo gracias a que Tre la ha escondido previamente. En este momento, algo despierta dentro del ojo izquierdo de Tchia, otorgándole el poder de introducirse dentro de objetos y animales y controlarlos. Un misterioso poder llamado Salto Astral que acaba siendo nuestra principal arma para rescatar a nuestro padre de las garras del tétrico Meavora, tirano gobernante de las islas.
Tchia nos une a la naturaleza
La jugabilidad de Tchia resultará muy familiar a cualquiera que haya jugado títulos de aventura de mundo abierto. Tenemos la posibilidad de movernos libremente por (casi) cualquier lugar, escalar montañas y edificios, conducir una pequeña embarcación de vela para movernos de isla en isla e interactuar con el mundo de diversas formas. La principal de ellas, mecánica troncal del título, es el Salto Astral. Éste nos permite poseer animales y peces para movernos más rápido por tierra, mar o aire, pero también objetos que podemos utilizar como arma arrojadiza en ciertos momentos. También hay espacio para la comedia, ya que hay momentos que nos permiten controlar un palé, una cesta o una piedra, o meternos en la piel de una paloma o una vaca y que hagan sus necesidades. Y aunque pueda parecer broma, esto último puede ser útil en ciertas situaciones.
El Salto Astral, claro, tiene ciertos límites. Contamos con una barra de medidor de alma que, cuando se agota, nos expulsa del cuerpo u objeto que estemos poseyendo. Esperando unos segundos, este medidor se recupera hasta su punto medio, pero para rellenarlo por completo debemos acudir a una hoguera o algún punto de comida para alimentarlos y recargarla al completo, o bien encontrar algún árbol frutal y hacernos con sus frutos a golpe de tirachinas para tomar el tentempié necesario para recuperarse. Además, hay varios santuarios repartidos por las islas que, al más puro estilo de los Zelda modernos, albergan desafíos que, una vez completados, nos permiten ampliar nuestra barra de alma.
El archipiélago no está exento de amenazas
Lo cierto es que esta aventura, la mayor parte del tiempo, tiene un tono pacífico, contemplativo y dado a la exploración libre. Las islas y las aguas que las rodean esconden cientos de secretos en forma de abalorios y perlas coleccionables, desafíos de contrarreloj o salto al vacío, pruebas de tiro con tirachinas o torres de piedras, todos ellos útiles para conseguir equipamiento que nos permite, no sólo personalizar la imagen de Tchia, sino también aumentar distintos parámetros de resistencia. Es muy divertido ir dando a la niña el aspecto que queramos: sus atuendos varían desde lo autóctono hasta lo urbanita, sin dejar de lado detalles propios de su cultura, como la pintura facial. Si queremos explorar todos estos secretos, las 8-10 horas que dura la aventura principal se alargan notablemente.
Pero no todo es paz en el archipiélago. Los secuaces de Meavora, autómatas creados con tela, están desperdigados por campamentos a lo largo y ancho de las islas, y uno de los desafíos del juego consiste en ir destruyendo dichos campamentos. Y sólo hay una forma de hacerlo: con fuego. Nuestro inventario es limitado, así que no podemos guardar todo el tiempo recursos útiles para el combate, por lo que el estudio del entorno es importante. Siempre hay objetos que poseer y a los que prender fuego, lo que nos sirve para derrotar a esos autómatas. Y Tchia no sufre daño físico al poseer objetos quemados o explosivos, por lo que es una práctica totalmente segura.
La vida a través de la música
Más allá del Salto Astral y del tirachinas, Tchia cuenta con un tercer indispensable en su arsenal, y ése no es otro que el ukelele. La música es una parte importante del título, que cuenta con minijuegos de ritmo que son parte indispensable de su narrativa, de su construcción de personajes y de su ambientación. La banda sonora del juego está compuesta al 100% con instrumentos propios de la zona, lo cual logra una sensación única de inmersión, coronada por esos momentos en los que un personaje canta mientras nosotros vamos tocando con nuestro ukelele las notas indicadas, haciéndonos partícipes de su canción.
Pero la utilidad del ukelele no se queda ahí. Los puzles de torre de piedras que encontramos por las islas nos permiten aprender melodías de lo más útiles para nuestra aventura, una mecánica que nos recuerda irremediablemente a Zelda: Ocarina of Time. Melodías que nos permiten cambiar la hora del día, invocar un barco, llamar a un animal (especial mención al pájaro, utilísimo para viajar por el aire gracias al Salto Astral) o convocar un mwaken, pequeño tótem de madera mágico que tiene la capacidad de atacar a los enemigos mediante magia explosiva. La relación de Tchia con su mundo no se entendería del mismo modo sin la música, uno de los aspectos mejor cuidados y más brillantes de la aventura.
Sumergiéndonos en la ambientación
Además de esos momentos musicales, que nos vinculan y sumergen en la relación de Tchia con los habitantes de las islas, hay momentos en los que la narrativa busca sumergirnos profundamente en la ambientación. El misterioso poder de la niña y los motivos por los que Pwi Dua y Meavora han secuestrado a su padre se van desvelando en algunas fases algo más pasilleras que nos presentan el pasado en forma de cuento y de grabados en los árboles. La propia chica ignora todas estas historias, por lo que las descubrimos a través de sus ojos, adentrándonos así en la historia, que está narrada de una forma que evoca de forma brillante a la mitología tribal.
Más allá de esto, son muchos los elementos que nos vinculan con esta ambientación. Ya hemos hablado de la musicalidad, de la narrativa, y merece la pena volver a mencionar cosas como los abalorios coleccionables, los puzles de torre de piedras, pero también la posibilidad de tallar tótems, que además son necesarios como ofrenda para poder entrar en los santuarios. Todo en Tchia rema en una dirección respetuosa y reverencial con una cultura que para nosotros es exótica y lejana. El título nos ofrece una pequeña ventana a un mundo desconocido, que sólo podemos ver a través de postales, revistas y vídeos. Y nos hace vivirlo desde dentro, cuidando mucho los detalles.
El tono agradable de Tchia y sus quehaceres pendientes
En Tchia hay hueco para la exploración, para la narrativa, para la amenaza, para la música, para la cultura autóctona y para la comunión profunda con la naturaleza, pero hay un par de detalles que terminan de completar el puzle que convierte a este título en una experiencia relajante, agradable de jugar y capaz de sacarte una sonrisa. El primero es su estética de tintes cartoonescos. El diseño de personajes, criaturas y enemigos dista de cualquier pretensión realista y nos dibuja un mundo de ficción muy agradable a la vista. El segundo son los toques cómicos. Ya hemos hablado de la posibilidad de poseer una vaca y hacer caca con ella. Hay muchos más toques cómicos, tanto en la exploración del mundo como en la historia.
Hay que hablar, sin embargo, del rendimiento del juego en Nintendo Switch. En nuestra experiencia, los fallos encontrados no han sido ni mucho menos catastróficos para la experiencia del juego, pero no por ello debemos dejarlos fuera del análisis. Es frecuente que, en el desarrollo de nuestra aventura, nos encontremos con bastantes caídas de FPS, problemas de pop-in y una distancia de dibujado que no es la óptima en un título de mundo abierto. No es algo que afecte demasiado a la experiencia, pero está ahí y la desluce ligeramente. Asimismo, el título mejoraría mucho si aprovechara mejor las posibilidades de la consola híbrida, como el giroscopio. Las fases de uso del tirachinas serían una gozada si se pudiera aprovechar el control por movimiento.
Tchia – Nintendo Switch. Vivimos en un mundo precioso
Tchia utiliza la naturaleza, la mitología y la magia para acercarnos un poco más a un mundo tan desconocido para muchos de nosotros como exótico y atractivo. Una carta de amor al lugar que la origina, y que no se olvida de ofrecernos una fantástica sensación de aventura y de libertad. Lleno de secretos, de desafíos, de momentos entrañables y divertidos, y sobre todo un empujón que nos lleva a tener claro que nuestro planeta es un lugar inmenso, diverso y repleto de cosas que merece la pena cuidar.
Hemos analizado Tchia gracias a un código digital proporcionado por Awaceb. Versión analizada: 1.1
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